sábado, 26 de noviembre de 2016

Con una pinta de cerveza






   Encontré la puerta cerrada. Girando la manilla intente pasar empujando ligeramente, pero debía de estar atrancada por dentro.

   No insistí, no me gusta insistir cuando las voces del silencio impenetrable de la vida te martillea la cabeza constantemente, me volví sobre mis propios pasos y acariciando el suave sabor de sus labios en mi recuerdo abandone el edificio.

   Llovía, como hacia muchísimo tiempo que no lo había hecho, y una ráfaga de viento gélido me hizo acurrucarme dentro de mi gabán. calé el sombrero y tire del ala delantera para protegerme de la fuerte ventisca.

   Los pasos resonaban en el silencio de mi corazón, mientras brotes de dolor retorcían mis pensamientos.

   Manos aplastadas dentro de los bolsillos, jirones de recelos en la oscura noche, sonrisas mojadas de lagrimas, insistente paz, 

   Al llegar a la amplia avenida, paré el primer taxi que se acercó, me preguntó solicito el taxista lugar de destino y le conteste que cualquier bar donde poder beber tranquilo y de ambiente agradable.

   Lo tuvo claro y su destino fue acertado. Cuando llegue cogi con fuerza mi borsalino y me dirigí a pasos apresurados al local nocturno antes de quedar completamente empapado.

   Era un agradable local, con música en directo y de clientela grata a primera vista. Parejas y amigos se confundían en conversaciones amables con una tenue luz sobre jarras de cerveza negra y cócteles del momento.

   Me pedí una pinta de cerveza de gran graduación y su primer trago me hizo despejar el frió acumulado de mi paseo bajo aquel tremendo aguacero.

   Unos animados pistachos me miraban sonrientes desde el simpático platillo de florecitas que ofrecían de aperitivo en el pub. Me dispuse a abrir el primero cuando algo extraño me llamo la atención.

   Era una mesa apartada, cerca de un pequeño cruce de oscuridad, no se si apropósito por el dueño del establecimiento o por la falta de visión del iluminador, pero allí se encontraba, sola, y con un extraño movimiento de hombros que solo podía significar una cosa.



   Había dos vasos mediados de cualquier bebida y restos de algún ligero tentempié sobre su mesa. Una silla apartada y su sigiloso movimiento rítmico, y sus manos entrelazadas. 

   Espere los suficiente hasta poder comprobar que su soledad era irreversible y a la par hacer acopio de mi bebida para volver a pedir otra satisfactoria pinta del mismo brebaje pues aunque ya no tuviese frió necesitaba valor para ...

   Me acerqué despacio, no quería sorprenderla, me incline al encontrarme junto a su mesa y con un cortes saludo haciendo ademan de quitarme el sombrero la saludé.

   La agradable extrañeza de su mirada repleta de alivio me agrado. Con una cautivadora sonrisa como si de toda la vida nos conociésemos me invito a sentarme. No sé si comenzamos a hablar de la solista con su guitarra que amenizaba la noche o de lo agria que era la cerveza negra para mi, o si las estrellas estaban apagadas en la noche de hoy. Nunca supe que le había sucedido aquella noche, ni el porque no me devolvió nunca el pañuelo con mis iniciales que le acerque para alejar la tristeza de su rostro. 

   Solo recuerdo que me dejo invitarla a una enorme jarra de cerveza como la mía, que un millar de risas suavizaron los efectos de la terrible tormenta  y que su resplandeciente sonrisa no se ha vuelto a apagar desde hace más de .... mucho, mucho, tiempo, como la mía, que se asoma todas las mañanas cuando la ve amanecer a mi lado.